Arasi con ansiedad por comerse un plátano

Ansiedad por comer

Cuando realizamos nuestra labor de apoyo psicológico en la pérdida de peso, observamos que el problema de la ansiedad por comer tiene su base en una confusión entre las necesidades corporales y las emocionales.

Comida como forma de enfrentar el miedo, la ansiedad, el estrés, el dolor o la culpa.

Ante estos estados repletos de incomodidad, algunas personas son capaces de tratar directamente el problema, pero muchas recurren a otras conductas. Todos captamos cuando alguien se refugia en el alcohol o las drogas, que esa es su forma de evitar enfrentar su angustia vital, sus problemas; y todos vaticinamos que esto no será solución sino un problema mucho mayor que el inicial. Y lo mismo sucede cuando se toma como solución la comida, cuando por ejemplo, se pica continuamente aún sin hambre, o cuando aparecen los conocidos “atracones”.

Estos intentos para eliminar o reducir el estrés o el dolor son temporalmente relajantes y placenteros, por lo que cuesta darse cuenta de que, a la larga, serán inapropiados y dañinos.  Comer permite, de forma inmediata, aunque momentánea, evitar el malestar, porque dejamos de prestar atención a los pensamientos y sentimientos que nos hacen sufrir. Todo el mundo sabe que el exceso de comida no es sano, pero sus prejuicios no se notan mientras comemos.

No hay duda de que el sabor y nutrientes de un alimento y el placer de comer pueden mejorar nuestro estado anímico. Sin embargo cuando se trata de alimentos que sabemos que no deberíamos comer, este efecto positivo pronto es sustituido por la culpa y el enojo con uno mismo.

El deseo de comer cuando no se tiene hambre es un buen indicador de que se desea algo menos perceptible que la comida, pero muchas veces no se sabe qué es.

Sin darnos cuenta la comida puede llegar a convertirse en nuestro refugio, de modo que acudimos a ella por insatisfacción, aburrimiento, problemas cotidianos, y también muchas veces para gratificarnos por logros alcanzados, o ante un estado de mucho cansancio.

La comida en nuestra cultura

Nuestra cultura propicia esta forma de buscar soluciones en la comida.

Desde niños nos han inculcado la idea del alimento como premio, castigo, o incluso alivio a distintas dolencias: cuando un niño se cae se le consuela con golosinas; si no se come las verduras, se queda sin postre; si saca buenas notas se le premia con un dulce… Y el resto de nuestra socialización pasa también por miles de asociaciones entre emoción y comida, dado que por ejemplo, todas las celebraciones implican comer y beber en compañía.

Esta mezcla de educación errónea mediante la comida, malos hábitos, rechazo de los sentimientos negativos, y falta de recursos para afrontar de forma sana cualquier situación; nos llevan a asociar la comida con el bienestar, y esto se puede traducir en necesitar comer sin tener hambre.

Al comer de esta forma estamos tratando de saciar la soledad o el vacío emocional que sentimos. Comemos pero esto no nos colma, porque el alimento que necesitamos no es nada material, sino algo más profundo como el contacto con los otros, o el sentirnos válidos y respetados.

Recomendaciones

Para romper este hábito de  evitación mediante la comida como sustitutivo, podemos aprender a:

  • Atender a las señales de nuestro cuerpo.
    Él sabe cuándo, cuánto y qué quiere comer por sus necesidades nutricionales; él es el que necesita de los alimentos para mantenernos sanos.
  • Afrontar el día a día.
    Nuestro malestar y nuestras preocupaciones no pueden desaparecer si no las afrontamos. Si no sé qué me pasa, o si me lo niego a mí mismo para evitar sufrir, no puedo solucionarlo, y lo único que consigo es alargar el sufrimiento.
  • Parar y escucharme.
    Lo primero que podemos hacer cuando estamos ansiosos, y comenzamos a pensar en qué cogemos de la nevera, es tomarnos unos minutos para averiguar qué es lo que en realidad nos está sucediendo. Reconocer que estoy ansioso no es malo, no me hace débil, simplemente me hace humano.

Esto es fácil de decir, y un poco complejo de hacer, porque estamos acostumbrados a pasar por los días sin profundizar, sin escucharnos, y sin expresar.

Investigando lo que siento, y viviéndolo, puedo diferenciar cuando tengo hambre de cuando tengo pena, o estrés, o lo que sea; y entonces es cuando soy libre de decidir si en ese momento quiero comer, o quiero hacer otra cosa.

Un instante de conciencia, de darme cuenta, equivale a romper hábitos que ya no me sirven; y puede marcar la diferencia iniciando una nueva forma de cuidarme.

No Comments

Post a Comment

Por favor, introduce el valor que falta: Time limit is exhausted. Please reload CAPTCHA.