Nuestra familia interior
Desde la perspectiva científica, nosotros lxs seres humanxs, tenemos un cerebro en cuatro partes. Tenemos los tres cerebros investigados por el neurocientífico Paul MacLean, que han aparecido a lo largo de la evolución: un cerebro reptiliano, un cerebro mamífero límbico y el cerebro propiamente humano o neocortex. Pero a su vez, el neocortex tiene dos partes: un hemisferio izquierdo y otro derecho.
Desde la perspectiva fenomenológica, experimentamos subjetivamente esos «cuatro cerebros» como cuatro personajes interiores. Y esta vivencia puede ser armónica o conflictiva.
El personaje interior que corresponde al cerebro reptiliano es nuestro niño interior. Sus características son la espontaneidad, la exploración, el juego, la libertad, la búsqueda del placer y la gratificación egocéntrica. Representa los instintos e impulsos naturales hacia la propia satisfacción.
El cerebro mamífero nos da a nuestra madre interior. Nuestra capacidad de empatía y benevolencia, nuestra necesidad de afecto, abrazo, ternura, cariño y contacto. Representa nuestra capacidad amorosa.
Por fin, al neocortex le corresponde la vivencia de nuestro padre interior. Al ser dos hemisferios, son en realidad como dos padres interiores. Un padre racional, mental y lógico (hemisferio izquierdo): sus capacidades son las de conceptualizar, abstraer, planificar y proyectarse hacia el futuro. Y un padre intuitivo, sabio y comprensivo (hemisferio derecho) cuyas capacidades tienen que ver con la percepción de las cosas en un contexto global, con la experiencia de la realidad como un todo interconectado.
Esos cuatros personajes interiores son pues el instinto, la emoción, la razón y la intuición. Dada nuestra cultura, la razón ha aplastado a las tres otras facultades de nuestro cerebro. El padre racional se ha vuelto autoritario, severo, distante y duro. Identificados con la razón, no confiamos de la intuición, no atendemos a la emoción y reprimimos al instinto. Es lo que Claudio Naranjo llama la mente patriarcal. Este desequilibrio se refleja en la patología de nuestra civilización y su dominación masculina: los hombres dominando a las mujeres, los adultos dominando a los niños, etc.
Nuestro sufrimiento psicológico tiene su causa en este estado conflictivo de nuestra conciencia. El proceso terapéutico tiene por finalidad la restauración de la armonía interior. Que podamos jugar libremente y sentir el placer; que podamos empatizar, nutrirnos afectivamente y cuidarnos los unos a los otros; que podamos conectar con nuestra intuición y sabiduría ecólogica; así como razonar y pensar.
No Comments