Las emociones al servicio de la vida
Nosotrxs humanxs, con el desarrollo del cerebro propiamente humano -el neocortex-, nos hemos desconectado de nuestras emociones, enfatizando el uso de la razón y del pensamiento. Pensamos, a lo mejor también actuamos, pero no sentimos.
La emoción es crucial para vivir de manera congruente y con un equilibrio emocional que nos permita estar bien con nosotrxs y lxs demás.
Las emociones son una guía valiosa para orientarnos en la vida. Son señales de si estamos siguiendo nuestro camino o alejándonos de él. Por eso, no hay emociones positivas o negativas. Son señales de si vamos «bien» o no en la vida.
Las emociones remiten a nuestras necesidades. Una emoción «positiva» es en realidad una emoción agradable que nos indica que estamos satisfaciendo una necesidad. Una emoción «negativa» es en realidad una emoción desagradable que nos indica que una necesidad nuestra sigue estando insatisfecha. Si reprimimos esas emociones desagradables, no podemos darnos cuenta que tenemos una necesidad que necesita ser atendida y satisfecha.
Nos emocionamos para guiarnos en la vida, para seguir nuestro camino, para satisfacer nuestras necesidades. La inteligencia emocional es pues fundamental para vivir una vida de bienestar. Las emociones están al servicio de nuestra vida y nos indican el sentido de nuestro crecimiento. La inteligencia emocional consiste en reconocer nuestras emociones, legitimarlas y validarlas, sentirlas y vivirlas, para dejarnos informar por ellas así como dejarnos transformar por ellas. Las emociones son transiciones: transición de un estado a otro.
Las emociones tienen que ver con nosotrxs mismxs, con nuestro proceso vital. Al emocionarnos, nos ponemos en movimiento (e-mocion: en movimiento) para alinearnos con nuestro propósito y seguir creciendo en congruencia con nuestra alma. Detrás de cada emoción hay un regalo, un tesoro. Las emociones son las puertas de nuestro ser. Evitarlas, es perdernos y seguir desconectados de lo que somos. Entregarnos a ellas y vivirlas plenamente, es permitir el florecimiento auténtico de la semilla que somos.
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